lunes, 29 de septiembre de 2025

A la sombra de las encinas

 

 Italo Svevo


 Mamá:

 Justo ayer por la tarde recibí tu carta bonita y buena.

 No lo dudes, para mí tu gran carácter no tiene secretos; aun cuando no puedo descifrar una palabra, comprendo, o creo comprender, lo que quieres decir haciendo correr la pluma de ese modo. Releo muchas veces tus cartas; son tan sencillas, tan buenas, que se parecen a ti; son como fotografías tuyas.

 ¡Amo hasta el papel en que escribes! Lo reconozco: es el que despacha el viejo Creglingi; al verlo recuerdo la calle principal de nuestro pueblecito, tortuosa pero limpia. Vuelvo a verme donde se ensancha formando una plaza, en medio de la cual está la casa de Creglingi, baja y pequeña, con el tejado en forma de sombrero calabrés. ¡La tienda es casi un agujero! Él está dentro; atareado, vende papel, clavos, aguardiente, puros y sellos; es lento pero tiene los ademanes agitados del que quiere darse prisa sirviendo a diez personas; es decir, sirviendo a una y vigilando a las otras nueve con sus ojos inquietos.

 Dale muchos recuerdos de mi parte. ¿Quién iba a decirme que tendría tantas ganas de volver a ver a aquel osazo avaro?

 No creas, mamá, que aquí se esté mal; ¡soy yo el que está mal! No puedo resignarme a no verte, a estar lejos de ti durante tanto tiempo, y mi dolor aumenta al pensar que también tú te sentirás sola en aquella casona grande y alejada del pueblo en que te obstinas en vivir sólo porque es nuestra. Además, tengo verdadera necesidad de respirar aquel aire nuevo, que a nosotros nos llega directo de la fábrica. Aquí respiran un aire denso, ahumado; a mi llegada, vi que se situaba sobre la ciudad, pesado, en forma de un cono enorme; como el vapor que hay en invierno sobre nuestro estanque; pero ése ya sabemos qué es; y es puro. Aquí todos o casi todos están contentos y tranquilos porque no saben que en otra parte se puede vivir mucho mejor.

 Creo que cuando era estudiante estaba más contento porque vivía papá, que se ocupaba de todo mejor que yo. También es verdad que él disponía de más dinero. Para hacerme infeliz basta con la pequeñez de mi cuarto de aquí. ¡En casa lo destinaríamos a los gansos!

 ¿No te parece, mamá, que sería mejor que volviera? Hasta el momento no veo qué provecho puedo sacar estando aquí. No te puedo mandar dinero porque no lo tengo. Me han dado cien francos el primer día; a ti te parecerá una suma considerable, pero aquí no es nada. Yo me las arreglo como puedo, pero el dinero no me llega o me llega muy justo.

 También empiezo a creer que en el comercio es muy, pero muy difícil hacer fortuna; lo mismo que, según dice el notario Mascotti, en los estudios. ¡Es muy difícil! Mi sueldo es envidiado y debo reconocer que no lo merezco. Mi compañero de despacho gana ciento veinte francos al mes y lleva cuatro años con el señor Maller haciendo trabajos que yo no sabré hacer hasta que pasen varios años. Mientras tanto, no puedo esperar ni desear aumentos de sueldo.

 ¿No sería mejor volver a casa? Te ayudaría en tus quehaceres e incluso trabajaría en el campo, y luego leería tranquilamente a mis poetas a la sombra de las encinas, respirando nuestro aire sano y limpio.

 ¡Quiero contártelo todo! La soberbia de mis colegas y de mis jefes aumenta mi malestar. A lo mejor me tratan con altanería porque voy peor vestido que ellos. Son unos pisaverdes que se pasan el día ante el espejo. ¡Qué estúpidos! Si me pusieran en las manos un clásico latino lo sabría comentar, mientras que ellos no conocerían ni el nombre.

 Estas son mis angustias; tú puedes suprimirlas con una sola palabra. Dila y en unas horas estaré contigo.

 Después de escribir esta carta me siento más tranquilo; es como si ya tuviera permiso para partir y fuera a prepararme.

 Un beso de tu cariñoso hijo

                                                                                                            ALFONSO

 

 Comienzo Una vida, traducción Francisca Perujo; Barral Editores S. A., 1978.

 

sábado, 27 de septiembre de 2025

Ulises

 
 

Umberto Saba

 

Navegué en mi juventud a lo largo

de las costas dálmatas. A flor de ola

emergían islotes donde rara vez

se posaba un pájaro tras su presa;

cubiertos de algas, resbalosos al sol,

bellos como esmeraldas. Cuando

la alta marea y la noche los abolían,

velas a sotavento se desbandaban

huyendo mar adentro de la asechanza.

Hoy mi reino es esa tierra de nadie.

El puerto enciende para otros sus luces,

pero a mí me empuja mar adentro

un espíritu no domado aún

y de la vida el doloroso amor.

 

 

Ulisse

 

Nella mia giovanezza ho navigato

lungo le coste dalmate. Isolotti

a fior d’onda emergevano, ove raro

un Uccello sostava intento a prede.

Coperti d’alghe, scivolosi al sole

belli come smeraldi. Quando l’alta

marea e la notte li annullava, vele

sottovento sbandavano più al largo,

per fuggirne l’insidia. Oggi il mio regno

è quella terra di nessuno. Il porto

accende ad altri i suoi lumi, me al largo

sospigne ancora il non domato spirito,

e della vita il doloroso amore.



Versión: Pedro Marqués de Armas


jueves, 25 de septiembre de 2025

El gato intelectual



Luciano Erba



Explora todas las cajas

patrulla todos los cajones

curiosea para descifrar,

es el gato hermenéutico.

Su pensamiento fuerte es maullar

de noche entre los pararrayos del techo

su pensamiento débil pero magistral

roncar frente a la chimenea.

 

 

Un gatto intellettuale

 

Esplora tutte le scatole

perlustra tutti i cassetti

curiosare per decifrare

questo è il gatto ermeneutico.

Il suo pensiero forte è miagolare

di notte tra i parafulmini sul tetto

il suo pensiero debole ma sapienziale

ronfare davanti al caminetto.



Traducción Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas


martes, 23 de septiembre de 2025

Veneciana

 

Pedro Marqués de Armas 

 

En el mundo supermodelado y vacío

con perdón de la cita

al filo de la mañana

entre lánguidos turistas

un hombre buey

modelo de Tiziano

tirando el carretón de la basura

de puente en puente

los emuntorios de la ciudad

en tonos y matices

con todos sus pigmentos

                        trin

                               tran

           un puente y otro               

                           trin

                                   tran

                 un puente y otro

 

contra lo que no puede el Comune

pese a sus mil y una normativas  


No es normal -dijiste

que ese hombre

uno

         -único-

él solo

Vulcano mismo

haga esa labor



sábado, 20 de septiembre de 2025

El futuro del ojo



 

 Joseph Brodsky

 

 El ojo es el más autónomo de nuestros órganos. Ello es debido a que los objetos de su atención están inevitablemente situados en exterior. Salvo en un espejo, el ojo nunca se ve a mismo. Es el último en cerrarse cuando el cuerpo se duerme. Permanece abierto cuando el cuerpo es golpeado por la parálisis o la muerte. El ojo sigue registrando la realidad aun cuando no hay razón aparente para hacerlo, y en cualquier circunstancia. La pregunta es: ¿por qué? Y la respuesta es: porque el medio es hostil. La vista es el instrumento de adaptación a un medio que sigue siendo hostil a pesar de todos los esfuerzos por adaptarse a él. La hostilidad del medio aumenta en proporción directa al tiempo que se pase en él, y no me refiero solamente a la vejez. En pocas palabras: el ojo busca seguridad. Esto explica la predilección del ojo por el arte en general, y por el arte veneciano en particular. Explica el apetito de belleza del ojo, así como la existencia misma de la belleza. Puesto que la belleza consuela desde el momento en que es segura. No nos amenaza con la muerte, ni nos enferma. Una estatua de Apolo no muerde, ni tampoco el perro de lanas de Carpaccio. Cuando el ojo no logra encontrar belleza -consuelo-, ordena al cuerpo crearla o, si no le es posible, adaptarse para percibir virtud en la fealdad. En primera instancia, confía en el genio humano; en segunda, se vale de nuestras reservas de humildad. Esta última abunda más y, como toda mayoría, tiende a legislar. Ilustremos esta idea esta idea; por ejemplo, por ejemplo con una joven doncella. A cierta edad, uno mira sin gran interés a las doncellas que pasan, sin la pretensión de montarlas. Como un televisor encendido en un apartamento abandonado, el ojo sigue enviando imágenes de todos esos milagros de un metro setenta, acabados con cabellos castaño claro, óvalos faciales del Perugino, ojos de gacela, pechos de nodriza, vestidos de terciopelo verde oscuro y afiladísimos tendones. Un ojo puede apuntar sobre ellos en una iglesia, en alguna boda o, lo que es peor, en la sección de poesía de una librería. A una distancia razonable o con el consejo del oído, el ojo puede conocer sus identidades (que se acompañan de nombres tan vertiginosos como, digamos, Arabella Ferri) y, ¡ay!, sus descorazonadoramente firmes convicciones románticas. Sin atender a la inutilidad de tales datos, el ojo sigue recogiéndolos. A decir verdad, cuanto más inútil es el dato, más perfecto es el enfoque. La pregunta es por qué, y la respuesta es que la belleza es siempre externa; también, que ésa es la excepción a la regla. Eso -su localización y su singularidad- es lo que determina que el ojo oscile salvajemente o -en términos de humildad militante- vague. Porque la belleza está donde el ojo descansa. El sentido estético es el gemelo del instituto de autopreservación, y es más fiable que la ética. La principal herramienta de la estética, el ojo, es absolutamente autónoma. En su autonomía, sólo es inferior a una lágrima.

 En este sitio, se puede verter una lágrima en varias ocasiones. Admitiendo que la belleza es la distribución de la luz en la forma que más congenie con nuestra retina, una lágrima es una confesión de la incapacidad de la retina, así como también de la lágrima, para retener la belleza. En general, el amor llega con la velocidad de la luz; la separación, con la del sonido. Es la degradación desde la velocidad mayor a la menor lo que moja el ojo. Debido a que uno es finito, una partida de este lugar siempre se siente como final; dejarlo atrás es dejarlo para siempre. Porque partir es un destierro del ojo a las provincias de los demás sentidos; en el mejor de los casos, a las grietas y hendeduras del cerebro. Porque el ojo no se identifica con el cuerpo al que pertenece, sino con el objeto de su atención. Y para el ojo, por razones puramente ópticas, la partida no es el abandono de la ciudad por el cuerpo, sino el abandono de la pupila por la ciudad. Igualmente, la desaparición del amado, especialmente cuando es gradual, causa dolor, sin que importe quién, ni por qué peripatéticas razones, sea el que realmente se mueve. Tal como va el mundo, esta ciudad es la amada del ojo. Después de ella, todo es decepción. Una lágrima es la anticipación del futuro del ojo.

 

 Traducción de Horacio Vázquez Rial

 

 Marca de agua: apuntes venecianos, Edhasa, Barcelona, 1993.